Cuando Eva salió de la iglesia, caminaba con paso firme. Pero cuando llegó al carruaje y cerró la puerta tras de sí, su cuerpo empezó a temblar. Sus ojos estaban llenos de incredulidad y soltó un grito que alertó a los caballeros que la seguían.
—¿Parece que Su gracia aún está furiosa? —dijo el primer caballero a otro haciéndolo asentir.
—Pero estoy tan emocionado de que ella lo haya hecho. Ese hombre se lo merecía. Era un secreto a voces por qué Damien había venido aquí. Nadie había sido testigo de lo que le había sucedido, pero muchos habían visto las heridas y cicatrices nuevas y viejas en su espalda cuando entrenaba con ellos. Y no creían que Damien pudiera conseguirlas en una pelea.