Los dos sirvientes entonces partieron con la inconsciente A Lai Na y los dos guardias. Cuando llegaron a la entrada del pasadizo secreto de su tribu Jia, vieron que su jefe ya los estaba esperando, mientras que los demás ya se habían ido.
Du Nan miró a su hija inconsciente, suspiró y dijo —Dámela.
El sirviente le entregó a A Lai Na a su padre y dio un paso atrás. Du Nan la sostuvo en sus brazos y dijo —Vamos.
Dándose la vuelta, entró en el pasadizo secreto con su hija en brazos. Los dos sirvientes los siguieron, mientras que los dos guardias cerraron la entrada del pasadizo secreto. A medida que la oscuridad envolvía el pasadizo secreto, uno de los sirvientes encendió una antorcha y se la entregó a Du Nan.
