Karl no tenía ni idea de que su madre y su Dana se llevaran tan bien, ni siquiera de que se hubieran conocido.
En cambio, estaba ocupado con un asunto mucho más importante, asegurándose de que una horda de pequeños niños elfos llegaran a casa sanos y salvos y de que las personas que venían por ellos fueran realmente sus padres.
Las posibilidades de que alguien intentara robar a uno de los niños parecían bastante bajas en un pueblo como este, donde todos se conocían, pero los riesgos nunca eran cero, especialmente cuando era probable que hubiera personas con habilidades que les permitían disfrazar su apariencia.
Las obvias ventajas de esa clase de habilidad para persuadir y engañar eran evidentes, y no quería estropear las cosas en el último minuto entregando a uno de los niños a la persona equivocada.