Me reí por lo bajo al ver la sonrisa radiante en el rostro de Bernadette. Siendo una especie nocturna, probablemente era peor para ella tener que trabajar en la mañana que para mí.
—¿Ambas tazas son para ti o vas a compartir? —pregunté, extendiendo la mano.
—Esta es para ti —respondió, extendiéndome la que tenía en su mano izquierda—. Una cantidad asquerosa de leche y azúcar solo para ti. No sé cómo puedes beber eso. Hasta el barista me miraba raro. Por cierto, nunca más te compraré café. Es un sacrilegio beberlo con tantos añadidos.
Me encogí de hombros, sin importarme realmente su opinión. Odiaba el sabor del café, pero me encantaba lo que la cafeína hacía por mí. Por eso, había aprendido a disfrazar el amargo sabor de la bebida con leche y azúcar.
Funcionó bien, los cinco azúcares me dieron otro muy necesario estallido de energía.