Armia se apoyó en la barandilla del balcón mientras tomaba otro largo sorbo de vino.
El rico líquido la calentaba desde dentro, atenuando su ansiedad aunque solo fuera brevemente, y la decepción que sentía.
«Vaya, esto va de maravilla», pensó irónicamente. «Horas en la gala, y la única persona con la que he conseguido hablar es un viejo general curtido. Quiero decir, es algo, supongo, pero aún así... Tanto por el networking.»
—... y, sí —continuó Armia—, el tipo se cayó de cara.
A su lado, Neal se rió justo cuando Armia terminaba de contar su historia.
—Así que, déjame entender esto —dijo él, su voz ronca pero no desagradable—. ¿Realmente hiciste tropezar a tu profesor? ¿A propósito?
Armia sonrió, recordando aquel día.
No lo había hecho, pero deseaba haberlo hecho.