Melisa emergió del reservado rincón, una sonrisa satisfecha en sus labios.
El aroma a coño perfumado se adhería a la piel de Melisa. Se lamió los labios y se limpió los fluidos de la señora de su barbilla.
«Joder, eso fue intenso», pensó Melisa, su cuerpo aún vibrando con las réplicas del placer. «Ya sabes, si eso fuera a lo que se referían con hacer contactos en la Tierra, quizá la gente no querría lanzarse de los puentes después de 1 año de trabajo de oficina».
Mientras volvía a deambular hacia el salón principal del baile, Melisa no pudo evitar notar las miradas que seguían cada uno de sus movimientos.
Nobles, tanto hombres como mujeres, la contemplaban con una mezcla abierta de deseo, curiosidad e incluso un atisbo de miedo. Era como si pudieran sentir el poder emanando de ella, la esencia cruda y primordial que acababa de absorber.
Ella lo amaba.
«Así es, perras», Melisa sonrió por dentro, su cola balanceándose hipnóticamente detrás de ella. «Échenme un buen vistazo».