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Melisa estaba sentada con las piernas cruzadas en su cama, sus ojos carmesí enfocados intensamente en el pergamino que tenía delante.
La habitación estaba tranquila, excepto por el ocasional crujido del papel y el suave sonido de su cola golpeando contra las mantas.
«Veamos...» pensó, trazando un complejo signo de conjuro en el aire.
—Vini, sana, rejuven —murmuró, sintiendo el sutil pulso de la Magia de Vida fluyendo a través de las yemas de sus dedos.
Cuervo había salido a su carrera nocturna hace unos minutos, dejando a Melisa sola con las notas sobre la Magia de Vida, y su contraparte más oscura, la Magia de Sangre.
Mientras practicaba los hechizos convencionales de la Magia de Vida, Melisa no podía evitar sentir una extraña conexión intrínseca con la magia.
Se sentía... correcto, de alguna manera.
Natural, en un modo que ni siquiera su prodigiosa habilidad con otras escuelas de magia lograba igualar.