Melisa y Armia llegaron a la mansión de Javir.
—Oh, ya se está poniendo el sol. Puede que sea de noche cuando terminemos de trabajar —comentó Melisa con un tono pensativo al mirar el cielo teñido por el atardecer.
A medida que se acercaban a la puerta de entrada, Melisa ya podía escuchar algunas voces saliendo por las ventanas.
—Ah, cierto. Hoy es uno de los días libres de papá —recordó en voz alta.
Armia seguía de cerca detrás. Parecía un poco nerviosa. Solía estarlo cada vez que venía, con su cola moviéndose inquieta.
Entraron.
—¡Mamá? ¿Papá? ¡Ya llegué! —llamó Melisa, quitándose los zapatos en la entrada—. ¡Y traje a una amiga!
Casi de inmediato, Margarita apareció desde la cocina, secándose las manos en un paño de cocina. Sus ojos carmesí se abrieron de par en par con sorpresa (y deleite) al ver a Armia parada torpemente detrás de Melisa.
—¡Ah, Señorita Duskscale! —dijo Margarita cálidamente, yendo hacia adelante a saludarlas—. ¡Qué bueno verla de nuevo!