Melisa yacía inmóvil en su cama, su rostro enterrado en la almohada mientras intentaba sofocarse a sí misma.
«Voy a morir», pensó, mientras su cuerpo entero ardía de vergüenza. «Realmente voy a morir aquí mismo, ahora mismo, y ¿sabes qué? Tal vez esa sea la mejor salida».
Se dio la vuelta sobre su espalda, mirando hacia el techo.
«Quizás nunca debería... volver a hacer eso. Nunca. Por el resto de mi vida. Sí, eso es. Melisa Llama Negra, la Nim Que Nunca Se Tocó. Suena bien, ¿verdad?»
Justo cuando consideraba la logística de convertirse en una hechicera ermitaña célibe, la puerta se abrió chirriando una vez más.
Melisa saltó a sus pies tan rápidamente que casi se cae, su rostro tornándose un tono de morado aún más profundo.
—¡Lo siento mucho! —exclamó, sus palabras tropezando unas con otras en su apuro—. No quise —solo estaba... oh dios, estoy tan avergonzada.
La chica de cabello oscuro levantó una mano, interrumpiendo la atropellada disculpa de Melisa.