El sol matutino se filtraba a través de la ventana del dormitorio de Melisa. Estaba de pie en el centro de su habitación, ya sudando a pesar de la temprana hora.
«Bien», pensó, centrándose, secando algo del sudor que se acumulaba en la base de sus cuernos. «Comencemos con el encantamiento».
Rápidamente, dibujó el signo de conjuro y la invocación. Alzando una mano, Melisa dijo:
—¡Feromono desiderium proicere!
Tan pronto como pronunció las palabras, la magia fluía por sus venas como fuego líquido, haciendo que su piel hormigueara. Y Melisa tomó esa magia y la dirigió a una pequeña planta en maceta en el alféizar de su ventana.
No pasó realmente nada, pero Melisa imaginó que si esta planta pudiera hablar, sería la planta más enamorada que jamás se hubiera visto.
«¡UUUGH!» Melisa miró sus propias manos. «La desarrolladora de software en mí tiene ganas de optimizar esto. Como, tal vez si modificara la invocación... Si tomara algunas líneas de otro signo de conjuro, o-o...»