Melisa
El sol matutino bañaba el jardín de Javir en una cálida luz dorada.
Melisa se sentó en un banco de piedra, sintiéndose unas cincuenta veces más pesada solo por el peso de todo. A su lado, Armia intentó apoyarse en Melisa para buscar soporte, pero... bueno, dada la diferencia de tamaño, era muy incómodo.
A un lado, Isabella y Kimiko estaban juntas, la esponjosa cola de kitsune ocasionalmente rozando la pierna de su madre, como asegurándose de que Kimiko todavía estaba allí. Cuervo se ocultaba en las sombras... lo que significaba que estaba parada en su habitual manera estoica y meditabunda, con los ojos grises alertas y cautelosos. Javir caminaba de un lado a otro, su cabello del color del sol captando la luz con cada giro.
«Qué situación más jodida», pensó Melisa, sus ojos rojos escaneando las caras de sus amigos.
—Está bien —dijo Javir, finalmente deteniéndose—. Ahora que estamos todos aquí, Melisa, ¿puedes relatar todo lo que sucedió anoche? No omitas ningún detalle.