La tensión en la oficina de Javir era suficiente densa como para cortarla con un cuchillo. Melisa estaba de pie con los brazos cruzados, su cola enroscada alrededor de su propia pierna izquierda.
Al lado, Isabella se recostaba en la pared, su comportamiento juguetón usual reemplazado por una ira que hervía. Armia estaba sentada rígidamente en una silla y Cuervo se escondía en la esquina, silenciosa como siempre.
Javir caminaba detrás de su escritorio, su cara marcada por la preocupación y la fatiga.
Había pasado las últimas horas interrogando al Mago Sombrio capturado. Aunque el sol aún no había desaparecido completamente tras el horizonte, las dos lunas ya habían hecho su aparición.
—Está bien —dijo Javir—. Tengo algo de información.
El estómago de Melisa se tensó.
—¿Qué dijo ese tipo? —preguntó Melisa.