—Hm... A la mierda —pensó Cuervo, su curiosidad finalmente superándola—. Mejor preguntar.
—Entonces —Cuervo aclaró su garganta—. ¿Qué te trae por aquí?
Armia parpadeó, como si de repente recordara que Cuervo estaba allí. Soltó un suspiro largo y sufrido, sus hombros cayeron.
—Con Melisa e Isabella haciendo lo suyo, no hay una mierda que hacer por aquí —gruñó Armia—. Y no tengo muchas ganas de volver a casa todavía.
Cuervo asintió, a punto de dejar que la conversación volviera al silencio cuando algo llamó su atención.
—¿Isabella? —preguntó, levantando una ceja.
El ceño de Armia se frunció.
—¿Qué pasa con ella?
—La mencionaste —explicó Cuervo, su voz cuidadosamente neutra—. No pude evitar notarlo. No sabía que estuvieran tan cercanas últimamente.
Un leve rubor se extendió por el rostro de Armia, apenas perceptible.