Xu Feng atacó al faisán asado con pasión, devorándolo como si no hubiese comido en días, lo cual era en cierto modo cierto. Su entusiasmo alimentado por el hambre era intenso mientras engullía la carne suculenta, saboreando cada bocado tierno.
El sabor del faisán estalló en su boca, llenándolo de satisfacción y desterrando momentáneamente el peso de su anterior vergüenza y humillación.
El faisán asado, brillante con jugos suculentos, exudaba un aroma que hacía agua la boca y que se difundía por el aire, tentando incluso a los paladares más exigentes. Excepto los dos hombres de apellido Xuan a quienes parecía haberles dado igual, tener o no tener cosas mejores que hacer.