En el silencio del bosque, el denso aroma metálico de la sangre parecía cubrir pesadamente el aire. La serpiente gigante estaba muerta, pero no se iría del mundo sin un recuerdo, había impregnado su antigua guarida con la fragancia metálica.
Ajenos al peligro que el distintivo aroma representaba en un bosque virgen, los pensamientos de Xu Hu Zhe se desviaron profundamente hacia los recovecos de su pasado. Los recuerdos, como fragmentos de vidrio roto, yacían esparcidos dentro de su mente, cada pieza un doloroso recordatorio de la vida que había llevado antes de que Xu Feng entrara en ella.
Había sido un niño de la calle, un pícaro sin nombre que se defendía a sí mismo en el abrazo implacable del pueblo Yilin. A donde quiera que se girara, se encontraba con desdén, crueldad e indiferencia. Una mirada bastaba para que otros lo descartaran como una molestia, alguien para ser descartado y olvidado.