Atrapada en el agarre de la cola de Arvon, Faye frunció el ceño ante sus últimas palabras —Rota... Esta bestia estúpida y arrogante no sabía lo que era estar roto ni lo que se necesitaba para romper a alguien.
Instintivamente, la mano de Faye buscó la daga en su cintura. Podía sentir que el dragón era irascible y, como le habían dicho antes, impredecible.
Tal vez Sterling tenía razón al darle la hoja después de todo. Pero ella odiaba la violencia y temía la idea de recurrir a ella.
Sin embargo, si este dragón sarcástico seguía amenazándola, no tendría más opción que apuñalarlo con la daga de hierro negro.
Faye hizo su mejor esfuerzo por mirar furiosamente a Arvon. Su lengua se volvió tan aguda como la de él, sus palabras cortantes.
—¿Rota? —preguntó con tono sarcástico.
—Llegas un poco tarde para usar esa amenaza. Ya estaba rota mucho antes por el Barón y su hijo de Cretan.
Se hinchó el pecho con confianza —Así que... nada de lo que hagas podría ser peor.