Sterling percibió la tensión en las manos de Faye: los músculos aún estaban tensos; era un síntoma de la fiebre del estrés que la consumía.
Deseaba poder aliviar su sufrimiento con un simple chasquido de dedos. Sin embargo, sabía por las discusiones con los gemelos y la explicación del médico, que no sería tan fácil.
Su curación tomaría tiempo. Tendría que suceder en sus propios términos. Necesitaría mostrarle a Faye paciencia y, lo más importante, el amor incondicional de su corazón.
Se inclinó y le dio un beso tierno en la frente. Sterling murmuró:
— ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Cómo puedo librarte de este profundo dolor en tu alma atormentada?
Se quedó acostado junto a Faye una hora más; la lluvia golpeaba con una melodía constante en el cristal de la ventana. Parecía como si nunca fuera a detenerse. No podía permanecer más tiempo en la cama, esperando su despertar. Ya había pospuesto tanto como había podido.