—Gracias —Lisandro entendió la causa raíz de superar sus demonios internos. Esta vez, se acercó a Amalia con confianza, y ya no dejó que un poco de orgullo se interpusiera en su camino.
—¿Qué hice yo? —contraatacó Amalia.
La boca de Lisandro se contrajo. Era precisamente esta actitud indiferente la que, sin querer, había creado una distancia entre ellos, especialmente en el arte de la refinación de artefactos. Por eso a veces encontraba a Amalia irritante.
—Gracias por ayudarme a ver las cosas con claridad. Aunque quizás no te des cuenta, aún quiero expresar mi gratitud —dijo Lisandro.
Cuando sus padres se habían acercado antes, no había comprendido del todo la situación. Fueron las últimas palabras de Amalia las que aclararon todo. Por decencia y razón, esta palabra de agradecimiento estaba bien merecida.
—Felicidades —dijo Amalia.
Lisandro se iluminó con una radiante sonrisa.
—Eh, lo siento... —una voz incómoda interrumpió de repente.