—Oh hijo mío, oh mi querido tesoro —Chen Mi tomó al pequeño bollo en sus brazos mientras lo besaba por todo, agradeciendo a Dios por proteger su pecado pero al mismo tiempo no olvidó al salvador que protegió a su hijo como un gran soldado, mientras le agradecía a Zhu Qian una y otra vez, sin importar cuántas veces expresara su gratitud solo se sentía superficial—. Hermano Zhu, no tengo idea de qué y cómo debería agradecerte, detuviste a esos bastardos de lastimarlo —sollozó—. Gracias, realmente muchas gracias —era la quinta vez que agradecía a Zhu Qian pero aún sentía que era un poco insuficiente.