En un sótano con luces parpadeantes en las cuatro esquinas del techo. Tenía las manos y las piernas atadas con vides. Su cabeza sudaba y su boca estaba seca. Se desmayaría en un minuto. Golpeó su cabeza contra la pared para llamar la atención de sus captores. Estaban tan absortos en sus tratos con brujas que ni siquiera la miraron.
—Finley lo dejó claro, ¿no es así? —espetó Ofelia.
—Ese era el plan —interrumpió Marco—. Y los lobos en los que confiaste… esos malditos malditos ni siquiera mostraron sus caras.
No había tomado nada más que limonada en la orilla del lago la tarde anterior. Su voz temblaba bajo su aliento.
Ruben sin duda hace los mejores de esos.
—¿Cuál era el plan, Marcos? —sacudió la cabeza Ofelia—. Esto no fue la limpieza rápida que tenías en mente. Incluso terminaste embestido contra un árbol por un hombre lobo.
—Al menos lo maté —gruñó Marcos—. Tú tuviste que lidiar con ese lobo tan guapo y ni siquiera pudiste arañarlo.