La expresión en el rostro de Erin, al colgar el arma en la zona segura, hacía que el dolor por el que había pasado Neve pareciera valer la pena.
—¡Dios mío! —casi chilló la lamia—. ¿¡Qué es esto!?
Sentada junto a Ahlakan, Neve se contuvo de reír. La alquimista también parecía bastante divertida, aunque un poco celosa también. Dolió ver eso, pero Neve se prometió en su corazón que haría algo al respecto en un futuro cercano.
El arma que Neve había recogido del cofre parecía un par de guantes negros. Sin embargo, al ponérselos Erin, sus manos se volvieron draconianas. Sus garras se alargaron y sus manos se cubrieron de escamas negras.
Lo que más curiosidad le causaba a Neve, por supuesto, eran las técnicas que el ítem aparentemente traía consigo.
Sin embargo, no iba a interrumpir el momento de frikismo de Erin.