Jael trataba de no mostrar su ansiedad mientras Mauve se inclinaba sobre la carta, leyéndola. Él no podía ver ni la carta ni su expresión mientras la leía.
El silencio era tan espeso que lo único con lo que podía llenar sus oídos era el latido del corazón de ella. No era constante, pero era lo suficientemente rápido como para encender una alarma.
Él nunca había sido tan paciente, así que estar quieto mientras ella leía la carta era muy difícil para él. Especialmente porque no conocía el contenido.
De repente, ella levantó la cabeza y se volvió hacia él, una sonrisa vacilante en su rostro. —Mi padre quiere que vuelva a casa —anunció.
Jael sintió que su corazón caía a su estómago. —¿Qué? —Sus ojos se abrieron de par en par.
—Aquí, léela, es solo por un par de semanas —dijo ella y le pasó la carta.
—¿Semanas? —Jael exclamó horrorizado.
—Sólo léela —respondió ella, poniéndosela en la cara.