Mauve se sentía muy cálida mientras estaba sentada sobre las piernas de Jael, no quería soltarse. Los últimos días le hicieron darse cuenta de lo indefensa que estaba cerca de los vampiros.
Jael la hizo olvidar lo viciosos que podían ser y cuán completamente diferente habría sido su historia si él no hubiera tomado cariño por ella.
Su vida ya era mucho mejor, sería codicia de su parte pedir más. Sin embargo, no podía evitar pensar que no era suficiente.
La puerta se abrió de golpe y Mill entró con una enorme bañera. Inclinó su cabeza hacia su dirección y procedió a colocar la bañera en la esquina de la habitación.
Avanzó un par de pasos y se detuvo a unos pies de la cama. —Ya le informé al Señor Herbert de su presencia y ha movido la segunda comida hasta que tengan tiempo de alistarse. Informó a los invitados y no les importa esperar.
Una mueca apareció en el rostro de Jael pero simplemente dijo:
—Eso está bien, Mill, puedes retirarte.