Jael maldijo en voz baja mientras abría la puerta. No le gustaba lo infeliz que ella parecía y no le gustaba el hecho de que pareciera tener mucho que decir pero se lo guardaba para sí misma.
Le molestaba que este fuera su padre, no es que le importara lo que le sucediera al humano pero no podía evitar pensar que ella podría verlo de manera diferente si descubría sus planes.
Los ojos de Mill se abrieron de par en par cuando saltó frente a ellos.
—Señor, —dijeron simultáneamente con una reverencia.
—Querías vernos, —preguntó Mill con un ligero ceño fruncido. Sus cejas se fruncieron preocupadas.
—Sí, ven conmigo. —dijo y comenzó a caminar hacia su estudio.
Mack caminó delante y sostuvo la puerta abierta para Jael. Entró en el estudio y se sentó en el asiento más cercano, que era el sofá junto a la pared.
—Señor, —dijo el Señor Herbert mientras se detenía frente a Jael. —¿Hay algo mal? Es bastante raro que pidas mi presencia.