—¡Aaahh! —gritó Mauve cuando la puerta se abrió frente a su cara. Reflexivamente dio un paso atrás, agarrándose el vestido.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Jael con tono oscuro. Sus ojos azules brillaban en el pasillo débilmente iluminado.
—Yo... —Mauve comenzó a decir y el resto de sus palabras se secaron. ¿Por qué sonaba tan enojado?
—No tartamudees —dijo él, pero su voz sonó más suave.
—No puedo hablar exactamente si me miras de esa manera —ella hizo pucheros, mirando hacia sus pies. Agarró el dobladillo de su vestido y apretó.
—No estoy... ¿Qué quieres? Estoy un poco ocupado.
—Suponía eso, por eso dudaba en entrar. Volveré más tarde —las palabras apenas salieron de sus labios cuando giró sobre su talón para huir.
—No —dijo firmemente—. Quédate.
Mauve se detuvo, giró solo su cabeza —¿No estás ocupado? —preguntó con una expresión desconcertada.
—Ven conmigo —al decir las palabras, extendió su mano y le agarró la muñeca.
