Una semana después.
Mill huyó escaleras arriba con sábanas en una mano y un balde de agua en la otra. Aún tenían algunas habitaciones por limpiar y aunque no se esperaba a los Señores Vampiros hasta mañana por la noche, ella medio sospechaba que algunos aparecerían hoy.
Mill abrió la puerta para ver a Yasmin colgada del techo mientras intentaba quitar las telarañas de la esquina.
—¡Yas! —Mill gritó horrorizada—. ¿Qué estás haciendo?
—Señorita Mill —respondió Yasmin, balanceándose del candelabro como un mono en la selva—. Aterrizó sobre sus pies con los brazos extendidos, una mano sosteniendo la escoba.
Mill parpadeó ante la escena y le entregó el balde y las sábanas. —¿Necesitas ayuda?
—No, señorita Mill. Ya casi termino aquí. Gracias —dijo ella con una gran sonrisa en su rostro mientras estiraba los brazos para aceptar los artículos.
—Si necesitas algo, házmelo saber.
—Puedo encargarme del resto por esta noche. Ya has hecho suficiente.