Jevera observaba cómo Jael miraba a la chica humana y su corazón se apretó, en todos los años en los que habían sido íntimos nunca la había mirado así, ni una sola vez, ni siquiera cuando tenía sus colmillos enterrados en ella y más aún.
Le resultaba difícil concentrarse en su comida. La insignificante criatura tenía la cabeza baja y algo de color en sus mejillas. ¿Por qué la miraba de esa manera? Se había avergonzado a sí misma e interrumpido la comida de todos, como una niña. Deberían ponerla de pie en un rincón.
—Jael —se oyó decir. No podía soportar ver esto ni un segundo más.
Él se giró hacia ella como ella había esperado, pero su expresión había vuelto a la normalidad. Sus cejas se inclinaban ligeramente en un estado perpetuo de molestia, sus labios eran una línea delgada y sus ojos la miraban con desdén. Esta era la mirada a la que estaba acostumbrada, la que conocía.
—Escucho que la fiesta se acerca.