—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella y levantó la mirada hacia él.
Él le dedicó una sonrisa burlona y, usando una mano, abrió de par en par las enormes puertas. Mauve se estremeció ante la luz brillante; no estaban bajo el sol, pero el resplandor solar era suficiente para hacerle picar los ojos.
Jael no dudó, dio un paso adelante y otro más. Mauve soltó un grito ahogado y cerró los ojos.
Jael se detuvo y rió entre dientes:
—No vas a ver si no abres los ojos. Te comportas peor que un vampiro que no ha visto la luz del día en siglos.
—Me preocupa lo que te pueda pasar a ti —confesó ella, aún con los ojos cerrados.
—Entiendo el sentimiento, pero no soy un Paler que se disiparía bajo el sol. Ahora ábrelos, si no, todo esto será en vano —Jael la regañó.
Mauve abrió lentamente los ojos y de inmediato se dio cuenta de que estaban afuera, pero no estaban directamente bajo el sol. —Oh, podrías haberme advertido.