—Señor Levaton y Dama Jevera —dijeron simultáneamente los guardias mientras inclinaban sus cabezas.
Mauve tragó saliva mientras los veía entrar en el castillo. No sabía cómo reaccionar o qué hacer, pero estaba segura de que el horror se reflejaba en su cara.
¿Era esto una broma macabra? Debería marcharse mañana por la noche y aquí estaba Jevera entrando en el castillo. Mauve se estremeció al pensar en Jevera en el castillo mientras ella estaba ausente.
Su estómago se anudó y se hundió en las aguas turbias de los celos. Si pensaba que dejar a Jael era horrible, no se comparaba con cómo se sentía ahora.
Podría jurar que alguien le arrancó el corazón del pecho, lo aplastó y lo esparció por la tierra, dejándole un agujero enorme, una herida abierta, y en vez de curarla, le echaron sal por encima.
Mill maldijo y dio un paso adelante —Señor Levaton, Dama Jevera. ¿A qué debemos el placer? —dijo con una sonrisa dulce.