—¡Traiga la maldita carta! —gritó Jael, con los ojos centelleantes.
Estaba molesto, pero en este punto, estaba curioso por la insistencia del jefe de la guardia. ¿Qué podría tener la carta? Según Danag, lo suficiente para anular el tratado de paz y la alianza.
A Jael no le importaba el contenido. Él ya había tomado su decisión. Nada en ella podría hacer que la dejara ir. Sin embargo, la obstinación de Danag era intrigante.
—Sí, Señor —dijo Danag poniéndose de pie precipitadamente y extendió la carta con ambas manos.
Jael la arrancó de su agarre —Supongo que esto tiene que ver con el hecho de que la llamaste por su nombre. No te he oído referirte a ella como otra cosa que no sea Princesa antes —dijo Jael mientras observaba atentamente a Danag.
—Tendrá que perdonarme, Señor. No puedo decir nada hasta que haya leído la carta. Entendería mejor la situación actual —dijo Danag.
—¿No has leído esto? —preguntó Jael, mirando la carta extrañadamente.