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—Entonces, estoy suponiendo que se lo dijiste al Señor?
—Él fue duro —dijo Mauve mientras se secaba las lágrimas.
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Ella se preguntaba por qué Mill no le hacía más preguntas. Mill parecía completamente bien aunque acababa de decirle que dudaba de su relación.
Mill ni siquiera estaba enojada y había cambiado de tema tan pronto como terminó de consolarla. Mauve no sabía cómo manejar esto.
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—Eso es de esperarse —Mill se encogió de hombros y se levantó de la cama.
—¿Esperado? Ni siquiera me escuchó. ¿Sabías que iba a decir que no? —Mauve sonó molesta, su tristeza brevemente olvidada.
—Pensé en la posibilidad de que pudiera ser así. ¿Qué vas a hacer al respecto? —Mill preguntó con una ceja levantada.
—¡No me voy a rendir! —dijo ella con firmeza.
—Sabes que deberías esperar hasta que estés mejor. No hay necesidad de apresurarse, como dije no odio estar aquí así que no tienes que hacer nada por mí.
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La expresión de Mauve cayó y ella miró hacia otro lado de Mill.
