—¿Feliz ahora? —preguntó Jael con una ceja levantada.
Mauve asintió enérgicamente. Había olvidado todas sus preocupaciones.
—No te muevas tanto —le reprendió—. Está bien —murmuró ella e inmediatamente se tensó.
Él sacudió visiblemente la cabeza y luego procedió a levantarla suavemente. La colocó en la cama justo a su lado. Se aseguró de que ella estuviera cómoda antes de deslizarse y poner su cabeza en la almohada.
Mauve entrecerró los ojos ante el enorme espacio entre ellos y se acercó a él. Él se volvió a mirarla mientras ella se acercaba a él como un pez.
—¿No te he dicho que no te muevas tanto?
Ella no respondió, simplemente puso su cabeza en su pecho y suspiró.
—Está bien, duerme un poco —susurró él y besó la parte superior de su cabeza.
Mauve asintió, pero sabía que no iba a poder dormir. No con la forma en que su corazón sentía que iba a explotar en cualquier momento.