Jael la sostuvo más cerca mientras hablaban, su frente marcada por la preocupación. Dudaba que ella se diera cuenta, su voz sonaba bien pero, de vez en cuando, temblaba y él sabía que no era porque tuviera frío.
Esto era culpa suya, si no hubiera dejado el castillo habría sabido en cuanto Seraphino pisó este piso, no habría tenido la oportunidad de entrar en su habitación y mucho menos de ponerle las manos encima.
Quería arrancarle la mandíbula al maniaco, sus colmillos no eran suficientes. No podía dejar de pensar en lo que habría ocurrido si hubiera llegado un minuto tarde.
—¿En qué piensas? —su voz interrumpió sus pensamientos.
—En nada específico —respondió y pasó los dedos por su cabello.
—Te quedaste callado —murmuró ella.
—Prefiero escucharte hablar.
Ella enterró su rostro en mi costado, —No tengo nada más que decir.