—¡Ahh, eso es! —gimió William otra vez, su voz llena de un alivio exagerado.
Los ojos de Sanya se abrieron de par en par con la sorpresa mientras abría completamente la puerta. Su mirada se dirigió a su esposo, que estaba reclinado en su silla de oficina, con los ojos cerrados en aparente éxtasis. Desde su ángulo, notó una cabeza que se movía arriba y abajo cerca del costado de su escritorio.
—¡William! —ella gritó, su voz resonando por la habitación.
Los ojos de William se abrieron de golpe, y volteó su cabeza hacia ella, sobresaltado. —¿Sanya?!
—¡¿Pero qué demonios está pasando aquí?! —exigió ella, su rostro una mezcla de enojo y confusión.
Como si fuera una señal, la cabeza misteriosa finalmente se levantó detrás del escritorio. Era un joven con el cabello despeinado y una sonrisa torpe pegada en su rostro. —Señor —murmuró el hombre, ajeno a la tensión en la habitación—, ¿debería continuar?