La sala cayó en un silencio expectante en cuanto Alexander Lancaster entró al recinto. Su presencia, imponente y magnética, parecía alterar el aire a su alrededor.
Los reporteros, especialmente las mujeres, apenas reprimieron sus asombros, cautivados por el hombre de rasgos afilados y llamativos que era tan imponente como su reputación sugería. El Vicepresidente y Director Ejecutivo del Grupo Lancaster, el conglomerado de negocios más grande del país, no solo entraba a una habitación: la dominaba.
Se acercó al micrófono, ajustándolo ligeramente para acomodar su altura, la simple acción atrayó las miradas de todos hacia él. Su expresión era compuesta, pero un destello de acero brillaba en su mirada. El rápido destello de las cámaras hacía que sus rasgos fueran aún más impactantes, iluminando su mandíbula cincelada mientras comenzaba a hablar.