Al día siguiente del angustioso incidente, Rain despertó agitada en su cama de hospital. El leve pitido de los monitores y el suave murmullo de voces llenaban el aire. Sus párpados se abrieron revelando a la tía Melanie inclinada sobre ella, lágrimas de alivio recorriendo su rostro.
—¡Está despierta! ¡Llamen a los doctores ahora! —exclamó Melanie, su voz mezcla de alegría y urgencia.
Rain parpadeó, con la garganta seca, y logró pronunciar con dificultad el primer pensamiento que vino a su mente. —Alejandro... ¿Dónde está Alejandro?
Su cuerpo se sentía pesado, y una preocupación roedora se apoderó de su corazón. Intentó moverse, pero un agudo dolor irradió por su cuerpo, deteniéndola. —Yo... necesito verlo —murmuró débilmente.
—Pronto —prometió Melanie, acariciando el cabello de Rain con ternura—. Deja que los doctores te revisen primero.