—¡Déjenla ir! —Antes de que los guardias pudieran reaccionar, una figura emergió de las sombras, moviéndose con una presencia imponente. El hombre era alto, su silueta inconfundible incluso en la luz tenue.
Alejandro era un torbellino de movimiento, sus músculos ondulando mientras incapacitaba rápidamente a los dos guardias. Su primer golpe fue rápido como el rayo, enviando a uno de los guardias al suelo, inconsciente.
El segundo guardia apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Alejandro estuviera sobre él, desarmándolo con facilidad y dejándolo fuera de combate con un movimiento fluido.
Rain parpadeó, aún tendida en el suelo, intentando procesar lo que acababa de pasar. Había pensado que era el fin... había pensado que estaba acabada. Pero allí estaba él, de pie sobre ella, un escudo entre ella y el peligro. Su mirada se encontró con la de ella, y sin decir otra palabra, se agachó, levantándola suavemente pero con firmeza.