Durante mucho tiempo, Emily había sido una extraña en la tierra de los sueños dulces. Pero después de años de estar encerrada fuera, finalmente se le permitió entrar. No tenía idea de cómo lo había logrado, pero de alguna manera el viaje fuera de la ciudad pareció haberle dado el regalo de poder dormir, libre de terror.
Ese fue el último pensamiento que tuvo antes de quedarse dormida, y su mente subconsciente lo llevó a la tierra de los sueños.
Emily no tenía miedo, no miraba por encima del hombro buscando un monstruo. No había absolutamente ninguna necesidad de que estuviera alerta, este era un buen sueño.
Caminaba por un campo lleno de girasoles. Las cabezas gigantes de las flores giraban con ella, siguiéndola dondequiera que se moviera. Debía haber sido espeluznante, pero Emily solo sonreía, saludándolos con la mano; después de todo, ella era su sol, solo era justo que la siguieran.