Emily había dormido. Durante más de diez horas, se había acostado, cerrado los ojos y se había quedado dormida. Contando ovejas que no se transformaban en enormes y aterradores hombres lobo al segundo siguiente. Había pasado toda una noche sin que una pesadilla la despertara y Emily estaba emocionada. Para la mayoría de los adultos eso sería algo normal. Digamos tal vez un capricho que se permitirían al final de una dura semana de trabajo.
—Me lo he ganado —dirían para sí mismos después de tomar dos copas de vino e irse a la cama temprano.
—Me lo he ganado —dirían, holgazaneando en la cama después de un sueño ininterrumpido, simplemente disfrutando de estar acostados porque podían.
Para algunos adultos, esas muchas horas de sueño no se considerarían una bendición, sino un contratiempo, una maldición.
