Era sumamente difícil conseguir buen servicio en estos días —lo que hacía imposible encontrar un buen espía—. Cuando el primero le había fallado, Sebastián estuvo a punto de rendirse. Pero no lo hizo, en cambio decidió ser paciente y optar por un espía que no fuera tan obvio. Era una lástima que eso también hubiera fracasado. Pero las inútiles observaciones de la mujer ratonil, cuyo nombre ya había olvidado, habían sido suficientes para que Sebastián empezara a pensar que había algo más sucediendo.
Por eso había decidido enfrentarse a su sobrino ahora en lugar de mantenerse alejado como lo había hecho todo este tiempo. Tenía que haber algo, algo que se estaba perdiendo. Algo que podría usar como ventaja para poder destronar a su sobrino.
Así que allí estaba, actualmente en la oficina de su sobrino, observando cómo el mocoso que no se había ganado su posición se sentaba en una silla que no le correspondía.