Dreya apretó sus dientes con ira mientras trasfundía lentamente magia en él.
La única razón por la que Evena se permitió llegar a tal estado fue por ese Ryder. Dreya nunca entendió por qué Evena siempre arriesgaba todo por él. Incluso al punto de casi dejarse morir.
Más tarde en la noche, Evena despertó para verse en una cama. Intentó sentarse.
—Vuelve a acostarte —alguien ordenó, levantó la vista para ver a Dreya.
—¿Qué está pasando? —preguntó confundido, lo último que recordaba era estar arrodillado fuera de las puertas.
—Te dije que te acostaras —dijo Dreya mientras lo empujaba suavemente de nuevo a la cama.
—¿Qué ocurrió? —preguntó a Dreya.
—Te desmayaste.
—¿Dónde estamos ahora?
—Mi habitación en el palacio. Rogué a la reina que te permitiera quedarte aquí para poder cuidarte. Y también prometí vigilar que no te fueras a hablar con Ava.
—Gracias —dijo Evena cansadamente.
—De nada. ¿Pero por qué dejaste que tu energía bajara tanto? —preguntó Dreya.