El vestido de Adeline volaba en círculos mientras daba varias vueltas. Se deslizaba con César a través del suelo de mármol y en ese momento, sólo existían ellos dos.
Los ojos verdes de César, que reflejaban su figura, eran inquebrantables. El hombre la miraba como si nunca pudiera tener suficiente.
Era lo mismo con Adeline. Con cada movimiento, sus ojos se volvían más y más suaves con amor y calidez, adorando al hombre que la sostenía, guiándola a través de su baile.
Se sentía como una princesa, algo que nunca había experimentado antes. Era un momento que deseaba revivir una y otra vez.
El agarre de Draven en su cintura se tensó y de repente la atrajo hacia un profundo abrazo, deteniendo su baile. No pudo evitarlo, ignorando la música que seguía sonando.
—¿César? —Adeline tragó saliva, frotando su espalda con una mirada sorprendida.
—Muñeca... —César llamó, casi en un susurro. Era tan suave como si tuviera mucho que decirle.