—Qué cruel recuerdo... —Román dijo de repente a pequeño César, y cayó en la cama con un fuerte golpe.
César se movió en la cama para él, y ambos se acostaron de espaldas, con los ojos fijos en el techo.
—¿Hay personas como tú afuera? ¿Gente simpática como tú, Román? Que... no hiera? —preguntó, levantando su pequeña mano y separando sus deditos de manera juguetona.
Román negó con la cabeza. —Tal vez. No sé. Es realmente aterrador, la madre y el padre lo dijeron. Pero ya sabes, lo averiguaremos después de huir a tierra agradable.
—¿Tierra agradable? —César lo miró con curiosidad.
Él se rió suavemente. —Así la llamaremos porque allí habrá gente agradable. Padre o madre no podrán encontrarnos allí.
—¿De veras? ¿En serio? —César preguntó y sus ojos se arrugaron junto con su amplia sonrisa repentina.