Pequeño César se arrodilló sobre sus rodillas magulladas, sujetando el borde del vestido de su madre.
—L-Lo siento. Por favor no me odies. Haré lo que quieras, madre. Por favor ámame como amas a Román. Seré como Román, haré
Pero la mujer lo golpeó y lo empujó al suelo. —¡Apártate de mí! Lo miró como si fuera basura, y César quedó tendido en el suelo, llorando.
—Lo siento, —fue todo lo que siguió murmurando, sus pequeñas manos apretadas en puños.
—No te amo, y nunca lo haré. No necesitas amor, y no mereces amor. Se sacrificó mucho solo para tenerte, y deberías estar agradecido por eso, —dijo la madre, burlándose. —A este paso, terminarías siendo un alfa supremo llorón y nada como tu padre. ¿Quién sabe si te manifestarás como uno recesivo? ¡Te mataría con mis propias manos si lo haces!
César sollozó en el suelo y se obligó a ponerse de rodillas. Intentó levantarse, pero soltó un grito de sorpresa cuando de repente alguien lo tomó por el cuello de la camisa.