César suspiró y dejó caer su cabeza hacia atrás contra la pared.
Cruzó las piernas, entrelazó los dedos y cerró los ojos. Esperaría allí, y una vez que fuera de noche, se iría y volvería de nuevo por la mañana. No dejaría de hacer esto hasta asegurarse de que ella estuviera bien.
A la vuelta de la esquina, Román, quien había tenido una recuperación casi completa, se encontraba de pie, con la mirada fija en él. No estaba seguro de si debería acercarse, pero sabiendo que el hombre podría necesitar alguien con quien hablar, finalmente se acercó.
César sabía que estaba allí, justo frente a él, pero no dijo una palabra ni siquiera intentó darle una mirada. Sus ojos seguían cerrados, dejando saber al hombre mayor que no le importaba si estaba allí o no.
—Bueno, me sentaré entonces. —Román se sentó, con las manos escondidas en el bolsillo de su pantalón de chándal. Su cabeza estaba cubierta por la pesada chaqueta hinchada que llevaba.