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César pasó los dedos por su cabello y levantó la cabeza al oír el sonido repentino de una llamada a la puerta de su oficina.
—¿Qué? —lanzó una mirada asesina, preparado para deshacerse de quien fuera que estuviera en esa puerta, arruinando la paz que intentaba tener.
—Señor, soy Yuri. ¿Puedo entrar? —preguntó el otro desde afuera.
—¿Qué es? —preguntó, molesto. Si hubiera sido alguien más, habría perdido completamente los estribos.
Yuri abrió la puerta, entrando con una suave sonrisa en su rostro. Esto le hizo fruncir el ceño en gran desagrado.
¿De qué demonios se estaba sonriendo? ¿No podía leer la habitación o algo por el estilo?
Yuri caminó hacia él e hizo una reverencia respetuosa, su sonrisa todavía evidente. —Señor, debería venir al hospital —dijo.
El corazón de César se saltó un latido.
¿Por qué? ¿Le ocurrió algo a Adeline? ¿No lo logró?
Pero entonces, si ese fuera el caso, Yuri no estaría sonriendo como un idiota.