—Correcto, lo hice —admitió César, encogiéndose de hombros.
Adeline parpadeó, inclinando la cabeza. —¿Por qué?
César levantó una ceja interrogante hacia ella. —Por ti.
—¿Qué? —Ella estaba genuinamente sorprendida—. ¿Por mí?
—¿Por qué más lo haría? —César estaba confundido, sin entender por qué la pregunta—. ¿Había alguna otra razón por la que lo habría hecho?
—Bueno... —Las palabras se le atoraron en la garganta—. Es solo que... seguramente no matarías por mí, al menos no tú...
—Ven aquí —César señaló el espacio entre sus muslos extendidos—. Siéntate.
Adeline estaba un poco vacilante, pero arrastrándose se acercó, girando para sentarse, su espalda pegada contra su pecho.
Él envolvió una mano alrededor de su cuello, inclinando la cabeza de ella para hacer que lo mirara. —Dime qué te hizo llegar a esa suposición.