Dimitri sintió un nudo en su estómago.
—¡Rápido, Mikhail! ¡Nuestro vuelo! Regresamos a Rusia mañana tan pronto como sea posible —ordenó.
Mikhail frunció el ceño. —Pero señor, ahí
—¡Eres un maldito idiota! ¡Hazlo, maldita sea! —gritó Dimitri, sacando su teléfono para llamar a su padre.
El señor Petrov contestó. —¿Dimitri?
—Papá, vuelvo a casa mañana. Por favor, que haya gente esperándome en el aeropuerto para que puedan recogerme tan pronto como aterrice —dijo Dimitri. Sonaba paranoico y podía sentir que su padre lo había notado.
Hubo unos segundos de silencio antes de que el señor Petrov preguntara:
—¿Sucedió algo allí?
—¿Eh? —Dimitri sonrió torpemente, entrando en pánico. —No, no pasó nada. Jaja.
—Dimitri, ¿te das cuenta de que así es exactamente cómo suenas cuando la cagas? —preguntó el señor Petrov desde el otro lado del teléfono.
Dimitri tragó saliva. —Nada pasó, Papá. En serio, confía en mí.