La cabeza de Adeline golpeó el suelo lo suficientemente fuerte como para dejarla desorientada por un par de segundos.
—No, por favor, por favor suelta. No lo hagas. Por favor, te lo ruego —no tenía otra opción que comenzar a suplicarle al beta.
Preferiría morir antes que este beta la marcara. Se suicidaría si él tuviera éxito.
Pero el beta no estaba escuchando. No le importaba en lo más mínimo. Todo lo que quería era marcarla, y no había nada que lo detuviera.
—Por favor, detente —suplicó Adeline, aturdida.
El beta soltó su tobillo y se arrodilló en el suelo, colocando sus piernas a los lados de ella inmovilizándola en su lugar. Puso una mano junto a su cabeza y la agarró de la mandíbula, forzando su cabeza hacia la izquierda, para exponer aún mejor su glándula de apareamiento.
—Aunque toda ensangrentada y un desastre, igual te marcaré. No necesito que estés fresca y bonita —una sonrisa depredadora estaba pintada en todo su rostro.