Román pellizcó entre sus cejas, tomando una respiración profunda.
—¿Has visto cómo estás? Pareces un recipiente roto o algo así. ¿Qué te pasó? ¿Por qué has cambiado... a esto? —preguntó con una mirada de incredulidad en su rostro.
César le dirigió una mirada momentánea antes de arrebatarle la mano. —No sé de qué estás hablando. Procedió a sentarse, pero Román fue rápido en ponerse frente a él, impidiendo que lo hiciera.
—César, sabes muy bien de qué estoy hablando. ¿Por qué huelo depresión en ti? —preguntó Román—. Mira tus ojos, ya no tienen luz. Ni siquiera sonríes ya, ni siquiera una sonrisa falsa o traviesa. Te ves frustrado, e incluso tu lenguaje corporal lo hace aún más evidente.
—Ni siquiera puedo sentir a tu lobo tampoco. ¿Qué diablos pasó mientras yo no estaba? ¿Quién te lastimó y te convirtió en esto? —Estaba sinceramente preocupado, nunca antes le había visto de esa manera—. No eras así cuando hice lo que te hice, César-